viernes, 3 de febrero de 2017






LA PROFESIÓN DE ABOGADO


         Soy Abogado de ejercicio y no tengo ningún sentimiento corporativista.

         Conozco personal y profesionalmente a otros muchos abogados, entre los cuales puede que haya algún que otro sinvergüenza, pícaro, mal profesional y hasta algún “presunto” delincuente, pero la gran e inmensa mayoría de ellos (que son unos cientos de mis conocidos) son, además de buenas personas, excelentes profesionales, como me imagino que ocurrirá en todas las demás profesiones.

         Por ello, hablar genérica y colectivamente sobre los abogados es referirse a todos ellos, salvo que se comente un hecho concreto o individualizado, aunque sea a modo de chiste o de relato de ficción.

         En el Suplemento PAPEL de EL MUNDO del 15-01-2017 hay un relato de “ficción” de Hernán Casciari en el que los abogados (en plural), o sea, todos los abogados (incluido yo) somos definidos de la siguiente forma:

         De todos los oficios el que más me repugna es el de los abogados. Se me hace cuesta arriba entender cómo es posible que todos los abogados no estén presos. Si este mundo fuera realmente justo, debería haber jaulas a la salida de la Universidad de Derecho. Cada vez que salga un jovencito recibido de abogado, con su toga ridícula y su diploma enrollado, habría que cerrar con llave la jaula y mandarlo al zoológico. Que me perdonen las focas…
         Siempre en un juicio habrá un abogado que miente. Siempre habrá uno que sabe la verdad e intenta disfrazarla de otra cosa. Siempre habrá uno que, por dinero, tiene permitido mentir y falsear la realidad. Cuanto mejor sea un abogado en su oficio, más personas dirán de él: “Que hijo de puta”…
         Entonces nació el abogado: un tipo de debía decir quién tenía razón…
         Se decidió entonces que el que más tenía, más pagaba. No hubo tiempo para llamarle a esa práctica soborno, porque el que más pagaba eligió llamarlo Justicia.
         Cada vez que veo o escucho a un abogado me da asco. No puedo evitarlo…
         A nadie le pone los pelos de punta saber que estamos en manos de unos tipos que cobran por mentir, que deciden si vamos presos o no, que deciden casi todo con argumentos rarísimos, con palabras inventadas, con leyes que no tienen sentido y que impulsaron sus abuelos, que también eran abogados o políticos (un político es un abogado más viejo)…
         Los oficios ruines nacen y se reproducen en el seno de la gente ruin, con el objeto de salvar a la gente ruin. Los demás (la gente serena, la gente pobre, la gente) puebla el mundo con el secreto designio de cumplir una condena injusta…
         El abogado defiende mejor al que mejor le paga…
         Yo habría sido un gran abogado. El más hijo de puta de todos…
         Pero gracias a dios, para cada oficio espurio hay uno noble. Incluso si tu talento en la tierra es el de mentir. Yo por ejemplo elegí contar cuentos y decir públicamente barbaridades sin importancia…    

         Supongo que las “barbaridades” de este relato se amparan en el derecho a la libertad de expresión y, en base a ese mismo derecho, le digo al periodista argentino autor de la “ficción” que los abogados no mentimos en nuestro oficio, porque los que declaran en los juicios son los clientes o los testigos; los abogados no decidimos quién tiene razón, ya que son los jueces los que dictan las sentencias; los abogados no cobramos a los ricos para falsear la realidad, porque hay miles de abogados de oficio “gratis” que defienden con todos los medios a su alcance a los pobres; los abogados tampoco decidimos encarcelar a las personas, ya que son los jueces los que, a través de un proceso con todas las garantías, imponen las penas de prisión a los que declaran autores de cometer un delito grave que lleve aparejada dicha pena; y los abogados tampoco hacemos las leyes, porque las aprueban los gobiernos y parlamentos elegidos democráticamente (por lo menos aquí).

         Pero, ante todo y sobre todo, quiero decirle al “cuentacuentos” que mis abuelos no fueron abogados ni políticos, sino unos humildes agricultores de La Mancha, pero que la abuela de mi mujer la previno, cuando era jovencita, de los tipos locuaces que eran “aspirantes a pretendiente de una plaza de escribiente”.  

Luis M. Garrido.

Abogado.