EL LENGUAJE FEMINISTA
El término femenino (del latín femeninus)
tiene como sinónimos las siguientes acepciones: mujeril, femenil, seminal, femíneo, feminista y doncellil en
contraposición a los antónimos masculino
y viril. Y es descrito por la
RAE como algo propio de mujeres, perteneciente y relativo a
ellas o que posee rasgos de feminidad.
Por su parte, feminidad o femineidad tiene como sinónimos suavidad, delicadeza, gracia, gracilidad, finura, sutileza y ternura
en contraposición a virilidad, masculinidad
y tosquedad. Y la RAE
lo describe como cualidad de femenino.
De otro lado, feminismo (del latín fémina e ismo) se describe como la doctrina
social favorable a los derechos de la mujer o como un movimiento que exige la
igualdad de derechos con los hombres.
Por lo que feminista es lo relativo o perteneciente al feminismo y se predica
de quien es partidario del feminismo.
Para evitar malentendidos, he de manifestar
que soy feminista en cuanto considero, sin ningún género de dudas, que la mujer
tiene (o debe tener) los mismos derechos que el hombre y, al mismo tiempo,
confieso que me gustan las cualidades de feminidad.
Aclarado este punto, el dilema surge
cuando, por motivos exclusivamente
profesionales, tienes que relacionarte con mujeres utilizando un
lenguaje que, a muchas de ellas, les parece sexista.
Dada mi profesión, voy con regularidad a
notarias, registros de la propiedad y mercantiles, juzgados, dependencias de la
admón. central, autonómica o local, oficinas bancarias o de servicios, etc. y
cada vez me encuentro a más mujeres, pero no solo es que sean mayoría, sino que
en muchas dependencias el personal es exclusivamente femenino. Por eso, en
algunas ocasiones, tienes que pensar detenidamente las palabras que vas a
utilizar para dirigirte a ellas.
En una ocasión, en un juzgado, estaba
conversando con una juez y una fiscal y surgió el tema de cómo dirigirnos a
ellas, a lo que ambas contestaron que como Sra. juez y Sra. fiscal. Pero he
aquí que una tercera persona defendió que lo correcto era Sra. Jueza y que se
debían de utilizar siempre términos femeninos para dirigirse a mujeres. Conste
que a mí me resulta indiferente, porque lo importante no es la denominación ni
las palabras que se empleen, sino la efectiva igualdad de derechos. Baste recordar
la polémica que surgió cuando a las señoras diputados del Congreso alguien las
denominó miembras, expresión que, a mí particularmente, no solo no me gusta,
sino que me suena mal.
Por ello no soy partidario de cambiar el
lenguaje por mero capricho “políticamente correcto” y comenzar a llamar a una
mujer, en función del trabajo o profesión que desarrolle, perita, pilota, médica, cirujana, librera, soldada, caba, rea, mecánica,
cartera, etc.
De igual forma que no estoy dispuesto a dirigirme a un hombre, en función de
su oficio o condición, llamándole azafato,
astronauto, aeronauto, prostituto, brigado, guardio marino, guardio civil, granujo,
troglodito, asceto, cenobito, anacoreto, profeto, entusiasto, apátrido, califo,
rajó, cabecillo, tetrarco, sátrapo, ácrato, antiguallo, autómato, aristócrato, patriarco,
cosmonauto, déspoto, guío, acróbato, poeto, etc.
Y
sin olvidar todos los términos y palabras que referidos a hombres terminan en
-ista.
Luis
M. Garrido.
Abogado.