viernes, 2 de marzo de 2018







FEMINISMO Y LENGUAJE


El lenguaje es el conjunto de sonidos articulados para transmitir pensamientos o sentimientos o la manera de expresarse, hablando o escribiendo, que se transforma en idioma cuando es utilizado por un conjunto de personas que lo someten a unas reglas gramaticales.

Es cierto que existe una prevalencia del masculino sobre el femenino en el lenguaje. El término femenino tiene como sinónimos acepciones como débil, endeble, blando, delicado, suave, fácil, etc. Por el contrario el término masculino tiene como sinónimos fuerte, viril, tosco, vigoroso, enérgico, etc.

Por su parte, feminidad o femineidad tiene como sinónimos suavidad, delicadeza, gracia, finura, sutileza, ternura, etc., en contraposición a masculinidad que se asocia con virilidad, fortaleza, energía, coraje, valentía, etc.

También es cierto que la sociedad está cambiando y que la mujer está, poco a poco, logrando la equiparación con el hombre y en muchos terrenos ha conseguido la efectiva igualdad de derechos, pero aún quedan muchas situaciones de desigualdad.

Uno de los campos en que se denuncia discriminación y machismo es en el uso del lenguaje. Conste que a mí me resulta intrascendente, porque lo importante no es la denominación ni las palabras que se empleen, sino la efectiva igualdad de derechos. Y así, cada cierto tiempo, surge la polémica sobre los nombres en femenino, casi siempre en el ámbito político, desde “los jóvenes y las jóvenas” hasta “los portavoces y las portavozas”, pasando por “los miembros y las miembras”.

Por ello, no soy partidario de cambiar el lenguaje por mero capricho “políticamente correcto” y comenzar a llamar a una mujer, en función del trabajo o profesión que desarrolle, árbitra, buza, caba, cangura, cartera, cirujana, contrabaja, librera, médica, mecánica, modela, música, perita, pilota, rea, sargenta, sobrecarga, soldada, testiga, vástaga, etc.  

De igual forma que no estoy dispuesto a dirigirme a un hombre, en función de su oficio o condición, llamándole ácrato, acróbato, aeronauto, anacoreto, antiguallo, apátrido, aristócrato, asceto, astronauto, atleto, autómato, azafato, baterío, brigado, cabecillo, califo, cenobito, colego, corneto, cosmonauto, criaturo, déspoto, entusiasto, floristo, fregono, geriatro, guardio marino, guardio civil, guardo, guío, granujo, homeópato, indígeno, judoko, karateco, logopedo, monarco, naturópato, nodrizo, ordenanzo, ortopedio, osteópato, patriarco, pediatro, persono, plumillo, poeto, policío, profeto, prostituto, psiquiatro, rajó, sátrapo, sinvergüenzo, tetrarco, terapeuto, troglodito, víctimo, etc.

         Y sin olvidar todos los términos y palabras que referidos a hombres terminan en –ista, que habría que cambiar por acordeonisto, almacenisto, anestesisto, artisto, automovilisto, baloncestisto, caballisto, ciclisto, comunisto, congresisto, criminalisto, dentisto, deportisto, dietisto, documentalisto, economisto, electricisto, esgrimisto, estilisto, especialisto, estadisto, etimologisto, evangelisto, flautisto, floristo, funambulisto, futbolisto, genetisto, latifundisto, latinisto, linotipistolingüisto, maquinisto, motoristo, nacionalisto, oficinisto, optometristo, penalisto, periodisto, psicoanalisto, publicisto, recepcionisto, saxofonisto, socialisto, taxisto, telefonisto, telegrafisto, tractoristo, turisto, velocisto, violinisto, etc.

         Por no hablar de cómo llamaríamos a los machos de los animales: abeja, abubilla, águila, araña, ardilla, avispa, bacaladilla, ballena, cebra, cochinilla, cucaracha, culebra, chinchilla, foca, gacela, gorila, hiena, hormiga, jirafa, ladilla, llama, mariposa, morsa, mosca, orca, oveja, pantera, puma, salamandra, salamanquesa, sardina, serpiente, tarántula, termita, tortuga, urraca, víbora, etc.

         O a las hembras de: abejorro, búho, canario, cangrejo, cocodrilo, erizo, ganso, loro, molusco, pájaro, pelícano, pulpo, sapo, tiburón, topo, etc.

         Como he dicho, lo importante no es el apelativo, sino su significado, ya que “el nombre, ni quita ni pone” y el cambio de los nombres no basta para mudar los sentimientos.

         De ahí que tampoco sea partidario de imponer denominaciones o palabras neutras que abarquen tanto lo masculino como lo femenino, como:
         personas mayores en vez de adultos.
         seres humanos en vez de hombres.
         partes contratantes en vez de contratistas.
         profesorado en vez de profesores.
         plantilla o personal en vez de trabajadores.
         alumnado en vez de alumnos.
          

         “Las palabras que no van seguidas de hechos, no valen nada” (Esopo).


         Luis M. Garrido.
Abogado.