FEMINISMO Y LENGUAJE
El lenguaje es el conjunto de sonidos articulados para transmitir
pensamientos o sentimientos o la manera de expresarse, hablando o escribiendo,
que se transforma en idioma cuando es utilizado por un conjunto de personas que
lo someten a unas reglas gramaticales.
Es cierto que existe una
prevalencia del masculino sobre el femenino en el lenguaje. El término femenino tiene como sinónimos
acepciones como débil, endeble, blando, delicado,
suave, fácil, etc. Por el contrario el término masculino tiene como sinónimos fuerte,
viril, tosco, vigoroso, enérgico, etc.
Por su parte, feminidad o femineidad tiene como
sinónimos suavidad, delicadeza, gracia,
finura, sutileza, ternura, etc., en contraposición a masculinidad que se asocia con virilidad,
fortaleza, energía, coraje, valentía, etc.
También es cierto que la
sociedad está cambiando y que la mujer está, poco a poco, logrando la
equiparación con el hombre y en muchos terrenos ha conseguido la efectiva
igualdad de derechos, pero aún quedan muchas situaciones de desigualdad.
Uno de los campos en que se
denuncia discriminación y machismo es en el uso del lenguaje. Conste que a mí
me resulta intrascendente, porque lo importante no es la denominación ni las
palabras que se empleen, sino la efectiva igualdad de derechos. Y así, cada
cierto tiempo, surge la polémica sobre los nombres en femenino, casi siempre en
el ámbito político, desde “los jóvenes y
las jóvenas” hasta “los portavoces y
las portavozas”, pasando por “los
miembros y las miembras”.
Por ello, no soy partidario
de cambiar el lenguaje por mero capricho “políticamente correcto” y comenzar a
llamar a una mujer, en función del trabajo o profesión que desarrolle, árbitra, buza, caba, cangura, cartera,
cirujana, contrabaja, librera, médica, mecánica, modela, música, perita, pilota,
rea, sargenta, sobrecarga, soldada, testiga, vástaga, etc.
De igual forma que no estoy
dispuesto a dirigirme a un hombre,
en función de su oficio o condición, llamándole ácrato, acróbato, aeronauto, anacoreto, antiguallo, apátrido,
aristócrato, asceto, astronauto, atleto, autómato, azafato, baterío, brigado, cabecillo,
califo, cenobito, colego, corneto, cosmonauto, criaturo, déspoto, entusiasto, floristo,
fregono, geriatro, guardio marino, guardio civil, guardo, guío, granujo, homeópato,
indígeno, judoko, karateco, logopedo, monarco, naturópato, nodrizo, ordenanzo, ortopedio,
osteópato, patriarco, pediatro, persono, plumillo, poeto, policío, profeto,
prostituto, psiquiatro, rajó, sátrapo, sinvergüenzo, tetrarco, terapeuto, troglodito,
víctimo, etc.
Y sin olvidar todos los términos y palabras que referidos a
hombres terminan en –ista, que habría que cambiar por acordeonisto, almacenisto, anestesisto, artisto, automovilisto, baloncestisto,
caballisto, ciclisto, comunisto, congresisto, criminalisto, dentisto, deportisto,
dietisto, documentalisto, economisto, electricisto, esgrimisto, estilisto, especialisto,
estadisto, etimologisto, evangelisto, flautisto, floristo, funambulisto, futbolisto,
genetisto, latifundisto, latinisto, linotipistolingüisto, maquinisto, motoristo,
nacionalisto, oficinisto, optometristo, penalisto, periodisto, psicoanalisto, publicisto,
recepcionisto, saxofonisto, socialisto, taxisto, telefonisto, telegrafisto, tractoristo,
turisto, velocisto, violinisto, etc.
Por no hablar de cómo llamaríamos a los machos de los
animales: abeja, abubilla, águila, araña,
ardilla, avispa, bacaladilla, ballena, cebra, cochinilla, cucaracha, culebra, chinchilla,
foca, gacela, gorila, hiena, hormiga, jirafa, ladilla, llama, mariposa, morsa, mosca,
orca, oveja, pantera, puma, salamandra, salamanquesa, sardina, serpiente, tarántula,
termita, tortuga, urraca, víbora, etc.
O a las hembras de: abejorro, búho, canario, cangrejo, cocodrilo, erizo, ganso, loro, molusco, pájaro,
pelícano, pulpo, sapo, tiburón, topo, etc.
Como he dicho, lo importante no es el apelativo, sino su
significado, ya que “el nombre, ni quita
ni pone” y el cambio de los nombres no basta para mudar los sentimientos.
De ahí que tampoco sea partidario de imponer denominaciones
o palabras neutras que abarquen tanto lo masculino como lo femenino, como:
personas mayores en vez de adultos.
seres humanos en vez de hombres.
partes contratantes en vez de contratistas.
profesorado en vez de profesores.
plantilla o personal en vez de trabajadores.
alumnado en vez de alumnos.
“Las palabras que no
van seguidas de hechos, no valen nada” (Esopo).
Luis M. Garrido.
Abogado.